Cuando le compartí a mi mamá que iría a ver "Edén al oeste" (2009) en el Cineclub de mi ciudad, película dirigida por Costa Gavras, me comentó con tono aprobatorio de reconocimiento, que cuando ella era joven vio "Z" y "Estado de sitio", dos películas del mismo director, contando ambas con la actuación de Yves Montand. Con este dato, pasé a descubrir la dimensión de este revelador hombre del cine grande de los últimos cuarenta años, cuya nueva pieza cinematográfica luego disfruté profundamente, y supe entonces que no se trataba de un capítulo aislado, sino de un bloque más en la construcción del compromiso político y el realismo social, sublimado a través del arte por este director, de origen griego y afincado en Francia, quien con su obra nos conduce a los relatos más necesarios, para asomarnos a cierta forma de salvación del individualismo generalizado y el literalmente "maldito" culto al dinero.
Este film nos pone de cara con el fenómeno de la inmigración y sus dramas, en la piel (casualmente, siempre un prejuicio racista de lo extranjero), mejor digamos por esta vez, en la carne de Elías, un emigrante del otro lado del mar Egeo, que frente a todos los avatares, pretende con férreo deseo alcanzar la ciudad de Paris, y las comodidades que esto supone, en virtud de su sueño de "una vida mejor", interpretado por el guapo Ricardo Scarmaccio, que naturalmente y fuera de todo análisis, no podía pasar inadvertido.
Coincidentemente con algunas críticas que he leído, lo mejor, mi llamado instante ¡Eureka!, por el cual sentí que todo el camino de descubrimiento que puede significar una película valió la pena, fue hacia el final, cuando aparece en juego el personaje del mago parisino, tras cuyo paso, como suele suceder, sólo queda la ilusión de una concepción anterior. "Una metáfora muy conseguida de lo que supone para muchos inmigrantes el desvanecimiento de esos sueños, a causa de los cuales han abandonado sus familias y hogares, y han puesto en peligro sus vidas" (CINISSIMO).
Coincidentemente con algunas críticas que he leído, lo mejor, mi llamado instante ¡Eureka!, por el cual sentí que todo el camino de descubrimiento que puede significar una película valió la pena, fue hacia el final, cuando aparece en juego el personaje del mago parisino, tras cuyo paso, como suele suceder, sólo queda la ilusión de una concepción anterior. "Una metáfora muy conseguida de lo que supone para muchos inmigrantes el desvanecimiento de esos sueños, a causa de los cuales han abandonado sus familias y hogares, y han puesto en peligro sus vidas" (CINISSIMO).
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