EL CAMPEONATO

Era una tarde de verano, allá en la casa de mi abuelo. La radio con Víctor Hugo en el inefable relato irradiaba haces de angustia, ansiedad y éxtasis, afanosamente soñado, y al mismo tiempo, contenido en las entrañas. El mate corría en un mano a mano, donde el brebaje de yerba y agua caliente maridaba preciosamente con el sentimiento que reptaba por la garganta. A la mesa, del lado derecho, frente a la ventana. Mi abuelo, caminando hacia la puerta para tirar un cambio de yerba en la maceta de la galería. El sabor del mate se entremezclaba en mi boca con el salvado de una galletita que no terminaba nunca de masticar y menos aún de tragar, por donde ya nada pasaba, salvo un hilo palpitante del corazón, que parecía salírseme. Los cambios en Boca no llegaban, pero el gol del Rojo tampoco, y acechaban. Entonces, de repente y de la nada, apuró Milito, cuando Rivas, el pibe que llegaba al fondo, vino a meter un centro, que se fundió de pique al suelo con un cabezazo de  ...........GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL

Abrazo de goool de PU-SI-NE-RI, abuelo!!! GOL Y ABRAZO, sobre su torso, esa tarde descamisado. Y mis manos entonces, temblorosas, abrazaron su espalda para siempre. Saldríamos campeones y estaba con mi abuelo para celebrarlo eternamente.