El amor de nosotros dónde acampa, en qué nudo.
Cómo fue que a nuestras carnes les formulamos el aliño,
el uno para las del otro, el otro para las de uno,
que deshora no hubo para este calcinador cariño,
que adiciona salvia, jengibre, un pellizco, y tomillo,
que pisca de cilantro, eneldo y mi rojez, adobo;
de qué especiero vinieron a rehogarse en este fuego,
con el color de las ciruelas, amatistas y gladiolos.
Cómo de aquel archipiélago erigimos este continente
de hojaldradas penínsulas, que incontenibles nos contiene.
No lo entiendo, atravesada como estoy por este mimbre,
que me teje como un cesto, que me tupe como un fieltro,
filigranas en alpaca, que me asan violetas berenjenas.
Marinero de mis mares, marinado en mis mareas
de espumas y lisonjas, guirnalda de lilas y batatas,
cómo ovillamos esto que nos talla, como una jabalina
que pasa. No me inquieras esta noche tan serena.
Abracémonos en una espira como el continente todo
y seamos una lengua de tierra que le entre al uno en el otro,
seamos esa lengua indivisa de los dos en uno mismo,
que se proyecta en el mar del otro como un istmo.
Conjuraré la muerte,
que todo lo petrifica,
con sus lacas de pasmo y enigma.
Conjuraré en estos versos,
tu muerte ante mis ojos,
macramé de nervios,
muérdago y trementina.
Conjuraré el desahucio y el desespero,
como oportuna tu alma,
a tu muerte me dio cita.
Ahuyentaré la angustia inoculada.
Y seremos en paz, como una órbita circulada.
Sé que fuiste un hombre bueno.
Volverás cada mañana
a enseñarme a andar en bicicleta,
a insuflarme el envión
y protegerme como un alero.
Volverás como te fuiste,
en un rayo sin melindre,
con la agonía serena,
sin decir ni pío.
¡Oh, padre! Ausente mío,
cerraré una vez los ojos contigo.
Amarra el pensamiento en olivares tan dispersos; en tantos auditorios croan las sonajas de la mente; se afinca el genio tan fluctuante en los recovecos del aturdimiento, que no reposa, que no suspende. Cuántas ideaciones mutan sus colores y desmayos, como la vaina del cacao y los jazmines paraguayos. El cedro fragante, limoneno y glicinas que cavilan, en este sombrero, que no echa sombra, sólo arropa, como los narcisos, que tienen flor y tienen copa. Por los fanales del alma fluye una feria de filminas, mientras su caldo troca en matraces de alquimista. En lo que persistimos, acaso el cambio desemboca.
La noche hace socios en cada esquina. Como un club de cotidianos monigotes, un rosario de ojos abiertos escudriña; parecen bufones, juveniles y burlones.
Sólo mis ojos pronuncian silencio, y taciturna pensando poemas, tantas erizadas noches en vela, mi mirada pasteurizada revela.
No quieren de mí lo que he sido
para que por ello me quieran.
No quieren de mí lo que soy, a granel, ni en ínfimas dosis.
Que más no quieran mi piedad.
Renuncio. Me voy de esta edad.
Obvios y vacuos, adolezcan sin mí.
Caben doce lunas entre los mojones
de aquella jarana y esta tempestad.
Puedo tropezar cien veces contumaz, si inexorable lo demanda la lección.
Puedo tropezar con obstinación,
si perseverar lo manda mi esperanza.
Puedo magnánima asir lo tempestuoso, cien veces diáfana salir de mi tropiezo y vociferar adelante con mi lanza.
Si a tropezar volviera otras cien,
si zigzagueante cayera otra vez,
las mismas piedras pertinaces cargaré,
las mismas rocas tercamente jalaré, pero miserable, ni vengadora, en el camino de nadie,
la roca de sus tropiezos
me tornaré.
¿Quién apuesta que es dulce la miel? El sol florece con la furia que no tengo, cuando por mis agrios miedos me detengo, entre razones, que la sazón desconoce. La dulzura está entre mi boca y la miel,
como la pasión entre la vida y mi piel.
No es dulce la vida, ni amarga su hiel; nada de eso, ¡ay!, mieles de mi pasión.
El miedo más temido duele,
como constante por el campo me persigue un sabor aciago, que consumado no se teme,
sólo duele con otra razón.
Lentamente, como leve sonrisa,
el hormigueo interior se inicia.
Una ocurrencia libra el coqueteo,
y luego la magia ebulle sin rodeo.
Los omóplatos apenas se descolocan;
el burbujeo trepa desde la garganta;
el tórax se estremece y ya no aguanta.
Rechina el pecho y las vísceras se alocan.
La respiración efervesce, y se exalta;
tiembla la campanilla, ya poco falta.
Mejillas gibosas, ojos aindiados,
labios tiesos, gestos extasiados.
Sube, y sus pasos hacen cosquillas;
el hombro vibra y la boca se agiganta;
hasta gozosas, se quejan las costillas. ¡Brota la risotada, estalla la carcajada! Emblema de algarabía ilumina la cara,
y reverbera en el alma hasta que acaba.
No late como antes mi corazón.
Se agita en la caja. Golpea paredes de cartón.
Parece el cereal de las mañanas, apenas por brincar a la taza.
Aquellos copos de la infancia, que hendían con gracia en la chocolatada la nata, se fueron extinguiendo, laxos y vencidos, en lo más hondo y frío.
Frágil y escarchado, de maíz o arroz inflado, son las ríspidas cascaritas de mi corazón resquebrajado. Amiga de la infancia, la que eras, ¡oh, de nuevo! juntas merendemos, la tarde más eterna que quieras.
Por Piaconecta piaconecta@hotmail.com Fecha de elaboración: 03/02/2001 Dedicado a Melina, amiga de la infancia y de largas tardes de juego, hasta desfallecer de cansancio. Fecha última corrección: 19/12/2013
La luna raquítica sin gente envejece,
y rehúye rauda con su cíclica brizna del cielo patético. Palabras que llegan del alba y versos que aman la noche
son la caricia que salva,
la angustia del alma.
Nunca ambicioné asirme a rutinas,
y de pronto extraño las que me arrastraron cuando resistía.
Y si reveo los pasos que ya caminé, añoro las sendas que ayer dominé. Por ningún pasado mis ojos tersos
lloran jamás,
sino por los versos, que no vendrán.
Fecha primera elaboración: 2005
Fecha segunda elaboración:: 05/01/1999
Fecha tercera elaboración: 28/02/1998
Fecha cuarta elaboración: 31/12/1997 Fecha última corrección: 16/12/2013 (En orden salteado por grupo de versos)
Con el tesón en las paredes de la humedad,
se reiteraba el milagro en la postrada ciudad,
irremediable como los versos que reza el tango. Con los semáforos y su más eterna indecisión,
con las dudas del billete y su mentira inoportuna, el dial hería con noticias, y en clave de luna,
soltaron letra y música los trastos de cocina,
que de tantos estofados contaban sus anales,
que de tantos estafados guisaron compasión.
Se multiplicaría en sabio metal la percusión,
para que así, quizás los peces, quizás los panes. Taxi ocioso espectador del letrero calcado en luminosos discursos durante años neón, ahora, d e r rumbre de época, sí, señor. El diario de ayer nunca entonces fue más viejo,
y dolía como el día en que el mal clavó un cero,
y al perfil del emporio caló en dos truenos.
Pues no es heroica la vida por rayar la muerte,
como lo es por hacer digna para todos su suerte.
donde mis lágrimas
se estrellan y se hacen esferas. Una pincelada de recuerdos, como magos sombríos, arrebatan el brío de mis sentimientos. El dolor se hinca en mi pecho, donde ondean balsas de tristeza, y la pena se queja y se refleja, como eco de la púa que me aqueja.
En sollozar de acuarelas, mi lamento se macera y resuena amarga la sonata de mi angustia más salada.
Hoy lloraría mi lágrima fatal, si mis aljibes lacrimales rebosaran manantiales, que leviguen tanta sal.
Como la desalmada
sombra que mata, y no me
nombra, no halla el dolor que me ha
dolido, recompensa que proceda del olvido.
Por Piaconecta piaconecta@hotmail.com
Fecha primera elaboración: 04/07/1997 Fecha segunda elaboración: 15/02/2002 Fecha tercera elaboración:
01/05/1999 Fecha cuarta elaboración: 17/07/2003 Fecha última corrección: 13/12/2013
No son las diez, y
tampoco es el reloj:
es su calco, su reflejo,
en el vidrio, en el espejo:
adivino que son las dos.
Quizás ni ú ni ó…
Todas las horas son.
Ya se oyen sus catarros.
Es un tren de tres carros.
La locomotora es el dos
y los ceros, sus vagones.
En los rieles ilusiones
y la esperanza de millones.
Mil veces dos, mil veces dos,
y el copyright es de Dios.
Es el siglo nuevo que termina en uno. Es el siglo nuevo que empieza en UNO.
He trazado surcos.
He trazado surcos en el pasto con mis dedos
y la gramilla se esfumó con mis rasguños en carretera profusa, de hendidura terrosa.
Caravana de hormigas asaltó su sendero
como arterias de autopista al hormiguero.
Y las rosas están marchando a su agujero.
Cunden alienadas rosas al hormiguero,
van lúgubres, al que es su matadero,
como saben ir impertérritas a un florero.
Semejante a los dioses, graves y fatales, desde que nos abandonan las altas horas,
hasta la mañana desplomada en la cama,
el final suele arribar, igual de inapelable. ¿Al arbitrio de qué altares,
el horizonte se arremanga
y me redobla sus azares?
Me harta
el gimnasta
del destino
hasta decir bas…
me harta del destino
el desatino.
¡Paradoja! Para definir la fortuna, la moneda se arroja. Las cruces hechas a mí
las agrupe en raya bien así,
y a la tercera yo les di…
fuerte y clara: ¡tatetí!