De la biografía de mi actriz más adorada, transitada con devoción por las cualidades que me inspira, así como de su filmografía, surge que Roman Holiday (1953), conocida como "Vacaciones en Roma" o "La princesa que quería vivir", fue la primer película que no sólo la colocó en su rol protagónico, sino que le valió un Oscar a Mejor Actriz, y la catapultaría al más resplandeciente de los estrellatos, que sostuvo a lo largo de toda su carrera, artística y humanitaria. Lejos de identificación alguna con las monarquías, es la carga de mandatos que pesa sobre la joven princesa, los deberes impuestos, y opuestos a su fuego interior, y sus ansias de libertad y aventura, donde puedo encontrar mi reflejo. Por juego de metáforas, los zapatos que nos quitamos, como la incomodidad misma que nos producían, aunque luego volvamos a calzarnos en ellos, pueden ser bastiones para nuestro crecimiento como seres en este mundo.
La atmósfera de romance, el encanto de la ciudad de Roma, la presencia de un adorable Gregory Peck y la dirección de William Willer son motivos agregados al talento y estilo descollante de Audrey Hepburn, con todo, abundantes y por demás justificativos para vacacionar a través de esta película, que se rodó hace apenas 60 años y perdura intacta en su magia y frescura.
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