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6 de febrero de 2013

EL MOULIN ROUGE DEL CINE


El banquete de los sentidos.
Como ya es parte de mi relato, debo decir que crecí en un pueblo, y en una etapa anterior a la inminente era de Internet. Ese simple enunciado plantea un abanico de situaciones fundacionales de mi persona, una de las cuales, ha sido la escasez de opciones para acceder al cine, no sólo a las carteleras, sino al cine en su sentido más universal; lo cual posteriormente se tradujo en una incontenible avidez, dentro del curso de otros compromisos, por ahondar en mares de lo cinematográfico y diversas filmografías de su más alta esencia.
Entre la televisión por cable que llegó en los noventa, con mayor volumen de canales de cine, algunas salidas a Buenos Aires y Rosario, como urbes de referencia, donde el cine era una motivación presente, más la introducción durante ese tramo de las reproductoras de vídeo para el muy eventual alquiler de cintas VHS en algún videoclub local, puedo resumir diciendo: algo de celuloide pude raspar del frasco. Claro, ya por entonces algunos fascículos que recibíamos en mi casa, junto con el diario de los domingos, o algún ciclo televisivo especialmente orientado a lo cinematográfico, me venían previniendo de que un cúmulo valioso e importante, al menos para mi sensibilidad, me había estado perdiendo de este arte, y que había entonces vida, no sé si más allá de la Tierra, pero seguramente más allá de Rocky y Karate Kid
. A principios de los años 2000, aún entre esas tinieblas donde me encontraba en materia de cine, una película vino a atravesarme los sentidos y vociferarme frente al estupor de mi rostro, que el eclecticismo que rompía con todas las estructuras a partir de las cuales me predisponía ante la pantalla, era una elección posible para un director australiano.




Dirección: Baz Luhrmann.
Países: Australia, USA.
Año: 2001.
Duración: 127 min.
Interpretación:
Nicole Kidman (Satine), Ewan McGregor (Christian).

Aquel director, que podría imaginármelo con aspecto de químico loco, resultó ser el mismo que había dirigido la película Romeo + Julieta, del año 1996, con la cual ya me había movilizado de la misma manera, lo cual, siendo por entonces casi quinceañera, no debe extrañar que haya conseguido en tal grado, porque todo el color, el sonido, la estética y el vértigo de la película, con el papel protagónico del juvenil y ya icónico Leonardo DiCaprio, eran química romántica en estado de pura eclosión y drama.
  

 

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